Notte del 11 ottobre: Malas patas.
Ya de mañana amenazaba la ley de un tal Murphy. Cayó un tormentón temprano y sordo que nos amenizó el despertar.
El día prometía círculos de artistas y artistas inaugurados en nuestro círculo, y, salvando algún que otro vaso roto, hasta cierta hora todo fue sobre ruedas, como de costumbre.
Pero tenía que pasar, ya lo decía la lluvia murphiana que rebrotó cuando por fin dejamos las copas caseras para andar al circolo en línea recta semiubriaca.
Ocurrió en el mismo portal de la domus statutaria, donde un coinquilino y otro amigo comenzaron a guasear hasta que, en una mala caída, el coinquilino vió las estrellas y su pie izquierdo fue a encontrar aparcamiento allá por Cuenca.
¿Resultado? Llamada de una servidora a los prestísimos equipos de urgencias romanos, espera interminable de un grupo de erasmus en el mismo rellano de su casa (cómodo, eso sí), llegada del coche ambulantino, negación de la entrada de un acompañante, salida hacia el hospital de los dos estudiantes de medicina más la traductora que firma estas líneas, chaparrón aún más fuerte, incesante búsqueda del taxi perdido con el rimmel y la ropa de sábado por la noche chorreando por las aceras, definitiva llegada a un Ospedale San Giovanni completamente desierto y de nuevo espera.
Gran situación de los aventurados mosqueteros... y de nuevo Murphy. Una manta, como si de una aparición se tratara, que tapó a tres empapados acompañantes, salvándolos de una bella pulmonía de otoño.
Una manta para tres, que cobija a los estudiantes que se rompan huesos y crismas durante la eras-mítica estancia.
Tres huesitos rotos y un posoperatorio en el horizonte.
Malas patas, malas calles mojadas, pero, al mal tiempo, ya se sabe, buena cara.
Por si acaso, mamás de niños erasmus, parece que sabemos cuidarnos, aunque Murphy desde lejos nos esté vigilando.